La historia más popular trata sobre una chica nómada, que no hacía deporte, no comía bien, no se sentía bien consigo misma, pero esta historia no es un cuento popular o una historia típica que ya sabes cómo empieza y cómo va a acabar.
En esta historia la niña era muy deportista, y por qué no admitirlo, tenía un cuerpo muy fibrado, con sus respectivos abdominales. Evidentemente la niña no iba al gimnasio – no hacía sentadillas, ni levantaba pesas, ni era un pequeño Hulk… – era una pequeña deportista, que hacía clases extraescolares, y no de matemáticas o castellano –que buena falta le hacía-, sino de tenis, judo, gimnasia rítmica, hípica, y de más… Como podéis ver no le sobraba el tiempo.
Al cabo de unos años pasó de niña a adolescente, esa época que te crees mejor que nadie, y que eres un rebelde sin causa, conocido entre muchos como ‘la edad del pavo’. En mi caso, a parte del pavo, llevaba a toda la familia del pavo encima: empezaba a salir de fiesta, empecé a fumar, dejé el deporte, comía de todo –siempre que se llamara “pasta” o “chocolate”-, se podría decir que la adolescente se comió a esa pequeña niña.
Nunca llegué a tener obesidad ni nada parecido, pero unos cuantos kilos de más sí. Llegué a subir 10 kilos y ya tenía 18 años, era una pequeña albóndiga de 1’50 que pesaba 60 kg, y lo peor de todo es que ni me había enterado. Cuando empecé a darme cuenta, sentía rechazo por mi cuerpo, pero no tenía ni idea de qué debía hacer, qué debía comer, y lo único que se me ocurría era preguntar a mis amigas ‘¿estoy gordita?’, como veis ¡una mujer con recursos!, pero bueno, al fin y al cabo era una niña.
¿Sabéis que obtuve preguntando a mis amigos? ‘No, yo te veo bien’. Primera lección aprendida, no preguntes algo de lo que no quieres saber la respuesta… En mi caso, evidentemente, me mentían –imagino que decirle a una niña, sí estas gorda, no debe ser fácil…- .
Lo primero que se me ocurrió fue dejar de comer, y los perdí tan rápido como los volví a recuperar…. Al cabo de unos meses, apareció la moda del running, hará unos cuatro años aproximadamente. Así fue como empecé otra vez a hacer deporte, corría 6 km casi cada día, pero seguía comiendo mal…
Poco a poco, introduje buenos hábitos alimenticios, pero el chocolate y la pasta seguían estando muy presentes en mi dieta. No exagero si digo que caían tres tabletas de chocolate a la semana, y no de forma proporcional, o racionalizada: en el mismo momento en que se abría, se acababa la tableta. Sí, era un troglodita con el chocolate.
Finalmente conocí a una persona muy importante en mi vida, que estaba muy introducida en el deporte, y cuando digo deporte no digo sólo gimnasio, digo correr, escalar, esquiar, y lo que se le ponga por delante. Eso es amar la adrenalina, y disfrutar haciendo ejercicio. Lo que yo un día fui, y no recordaba que era. Evidentemente también le gusta verse bien –aquí tonto el último-, pero no se cuida para verse bien, sino porque disfruta del deporte.
Así fue como empecé a cambiar, y recordar lo que fui hace muchos años. Esa niña sin miedos, y sin complejos, que disfrutaba haciendo ejercicio, y que si se caía no le importaba volver a levantarse. Se podría decir que sacó lo mejor de mí, y el resto vino sólo…
Empezar a probar deportes que no había hecho, aprender cosas nuevas de la comida, aprender a escuchar, y el autocontrol. Parece una tontería, pero esto último es muy importante. Los años no solo sirven para contar historias, también tienen que servir para cambiarnos, que todo lo que nos apetece no tiene que ser lo bueno, a veces hemos de aprender a decir que NO. Y lo más fácil no siempre es lo correcto. Lo que más nos cuesta, y por lo que más esfuerzo hemos de empeñar, es lo que nos hará sonreír y sentirnos orgullosos de nosotros mismos. A mí un tal Fernando me cambió la vida, pero al final, quien decide dar el primer paso, y quien lucha todos los días para conseguirlo es uno mismo. Solo tienes que escuchar a tu cuerpo.
Ahora voy al gimnasio cuatro veces por semana, hago clases dirigidas, y lo compagino con el running -debo confesar que este último lo hago por adelgazar, ya que lo encuentro de todo menos divertido…-. Y las clases dirigidas, desde que descubrí Zumba ¡no hago otra cosa! –en el fondo de mí había una latina que tenía ganas de salir…igual es por las toneladas de cacao que llevo dentro-.
Así, aquella pequeña albóndiga se convirtió en Kiwi. Sí, esa soy yo. Y qué mejor forma de aprovechar lo que sé, lo que me pasó, y lo que me ayudó a ser quien soy, que compartirlo con otras personas, por eso decidí crear mi propio blog: K de Kiwi. Un espacio donde cuento lo que hago el día a día: ejercicio, comida, rutinas. Y mi filosofía: pierde grasa desde casa ¿eso qué quiere decir? Que desde el ejercicio a la dieta que hagas, puedas hacerlo sin platos rebuscados e ingredientes que la gente normal no tiene en su casa…ingredientes sencillos, platos sencillos, y elaboraciones simples.
Igual es porque no se me da bien cocinar, o porque no quiero invertir horas haciéndome la comida, o porque soy ansiosa y cuando quiero algo lo quiero al momento, pero creo que al igual que yo, muchas personas necesitan eso: alguien que les aconseje, que se ponga en su situación, que pueda enseñarles recetas saludables sin necesidad de hacer la compra cada día –buscando alimentos que ni los del propio supermercado conocen-, y rutinas deportivas viables –aquí debo hacer un llamamiento a aquellos entrenadores personales faltos de empatía, y mentalidad cero. Dejad de torturar a las personas noveles del gimnasio. Si en su vida han tocado una máquina, NO LES TORTUREIS CON ENTRENAMIENTOS PROPIOS DEL EJÉRCITO-.
Hecho el matiz, creo que no me falta nada más que añadir.
Y como todos los cuentos tienen un fin, éste todavía no ha acabado. Si recordáis un poco, esto es una historia atípica. Aquí la niña, sigue creciendo.
Gracias por haberme leído.
Paloma Cerrato
Gracias Juan! un honor aparecer en vuestra web! 😀