Soy Helena, tengo 28 años y soy de Barcelona. La mayor parte de mi vida he sido una chica gordita, en el colegio se metían conmigo y tenía que soportar burlas a diario, incluso de personas que se suponía que eran mis amigos. En la adolescencia, veía como mis compañeras de clase empezaban a tener sus primeros novios y como ningún chico era capaz de fijarse en mí. Con el paso de los años esta situación fue repercutiendo en mi forma de ser, me convertí en una chica muy tímida, llena de complejos, triste, no tenía motivación por absolutamente nada… Incluso hubo una temporada que dejé de estudiar y dejé de salir de casa porque quería relacionarme lo menos posible con la gente cara a cara. Mi principal relación con personas era a través de internet, donde podía refugiarme sin que juzgaran por mi físico. No sabía qué hacer con mi vida, me encontraba perdida y todo esto lo único que provocó fue que empeorara mi físico hasta llegar a pesar 100kg.
Un verano, con 17 años, me fui de vacaciones a Granada a conocer a una chica que había conocido bastante tiempo atrás a través de internet. Me daba un poco de miedo porque nunca había hecho nada parecido, pero ella conocía mi historia, me aceptaba y pensé que me iría bien salir unos días de casa.
Aquel verano fue el principio de todo. Me fui principalmente para una semana, pero congenié tan bien con aquella chica, que me quedé un mes entero allí. Mi idea al llegar allí no era ponerme a hacer dieta, pero el hecho de estar fuera de casa (no podía asaltar la nevera cuando tenía ansiedad) y de moverme más visitando la ciudad, hicieron que volviera a Barcelona con 10 kg menos.
La ropa me quedaba más ancha, la gente notaba el cambio y me hacían comentarios muy positivos que me dieron fuerzas para continuar con lo que había empezado. Tomé de nuevo las riendas de mi vida, aunque más tarde me daría cuenta de que no era así. Decidí volver a estudiar, hacer dieta y a moverme algo más.
Cada vez estaba más delgada y día tras día recibía más comentarios positivos, los chicos empezaban a fijarse en mí, comencé a tener vida social de nuevo y yo cada vez quería adelgazar más y más rápido. Hasta que caí en la temida bulimia y poco después en anorexia. Fue aquí cuando me di cuenta de que realmente no era libre. Mi vida giraba alrededor de mi peso. Pasaba días sin comer o alimentándome a base de hojas de lechuga, hielo (sí, masticaba hielo) y poca cosa más, vigilando no pasar nunca de las 500 calorías al día. No dormía para poder seguir en movimiento y quemar más calorías, entre otras muchas barbaridades que ponían en juego mi salud. Empecé a perder mucho pelo, me desmayaba prácticamente cada día, perdía la menstruación durante meses y graves problemas intestinales con los que a día de hoy continúo luchando. Por mucho peso que perdiera, siempre me veía gorda y siempre quería más. Era muy difícil compaginar amigos y parejas con mi enfermedad. Al principio lo único que evitaba eran las comidas o cenas en grupo, pero poco a poco me fui aislando más y empecé a dar de lado a todo el mundo.
Perdí casi 50 kg en aproximadamente 7 meses, me quedé en la mitad de lo que era. Yo no era consciente de tener un problema, pero en casa sí y un día me llevaron a hacer una analítica. Al ver los resultados la doctora me derivó a la nutricionista porque vio que tenía todo descontrolado. El día que tenía visita con la nutricionista fue un auténtico caos. Recuerdo el momento de subirme en su báscula, pesar 300 gramos más que dos horas antes y echarme a llorar porque había engordado. Hasta ese día me pesaba todas las veces que podía a lo largo del día y por la noche tenía que pesar siempre menos que el día anterior, porque si no vomitaba o me tomaba varios laxantes. La nutricionista vio que mi reacción no había sido para nada normal y me volvió a derivar a la doctora para que me mandara al psicólogo.
Los primeros meses con el psicólogo, y más tarde también con psiquiatra, fueron en vano. Yo no hacía caso, me negaba a abrir la boca, aunque sabía que lo necesitaba. Hasta que murió mi abuela en diciembre de 2006 y me derrumbé. Necesitaba hablar con alguien y en la siguiente visita con el psicólogo empecé a hablar y me dejé ayudar.
Al empezar a llevar una vida más o menos normal, volví a engordar, hasta llegar a 70 kg. Sabía que tenía que comer porque no quería recaer de nuevo, pero me puse a hacer dietas milagrosas, con las que siempre recuperaba todo el peso que perdía, llegando algunos días a vomitar de nuevo. Llegué a pensar que mi cuerpo no estaba hecho para ser delgado, que yo había nacido diseñada para estar gorda y que toda mi vida me iba a estar persiguiendo este problema.
En 2010 me dieron el alta psiquiátrica y en diciembre de 2012 el alta de la terapia psicológica. Sabía que una recuperación al 100% era prácticamente imposible, pero por lo menos había aprendido a controlarla. Parecía que por fin iba a poder llevar una vida totalmente normal, como la que podía llevar cualquier otra chica de 26 años. Me empezaba a sentir con fuerzas, con ganas de renacer, de conocer gente nueva y de luchar.
En enero de 2013, con el cambio de año, hice lo que muchísima gente hace: apuntarme a un gimnasio. Nunca había pisado un gimnasio más de un mes seguido, odiaba el deporte, pero me propuse cambiarlo y hacer que me gustaba. Me apunté a uno que tenía al lado del trabajo para poderme ir directamente al salir y no caer en la tentación de quedarme en casa.
Al principio iba 3-4 veces a la semana y no hacía demasiada cosa porque me ahogaba (hay que añadir que además de mi falta de práctica haciendo deporte, me fumaba mínimo un paquete de tabaco al día). También acudí a la nutricionista de allí y me puso una dieta para conseguir mis objetivos. Aquí fue cuando empecé a ver la importancia de la dieta y el deporte como un todo y no como algo separado.
Con el paso de las semanas, no sólo iba viendo mejor mi aspecto, sino que además notaba que rendía más en el gimnasio. Empecé a meterme en clases dirigidas, aunque al principio me costó un mundo porque pensaba que todo el mundo me miraba para criticarme por no poder seguir el ritmo. Aproximadamente 3 meses después de apuntarme al gimnasio había perdido unos 12 kg. La primera vez que perdía peso haciendo bien las cosas de verdad.
Por motivos laborales me tuve que cambiar de gimnasio y me apunté a uno que tengo cerquita de casa. Como en la mayoría de gimnasios, el primer día me hicieron una rutina y decidí quitarme el miedo a las pesas y pedir que me hicieran una enfocada a eso y no tanto a las clases dirigidas como había estado haciendo hasta ese momento. Después de un año entrenando por mi cuenta, llegó un momento en el que me notaba estancada y no avanzaba nada, así que empecé a entrenar con el que actualmente es mi entrenador y nutricionista y el que día a día con su paciencia y dedicación me ha ido guiando para hacerme más fuerte, tanto físicamente como mentalmente. ¡¡Hasta ha conseguido que deje de fumar sin que perjudique en absoluto mi meta!!
Ahora cada día me veo mejor. Soy consciente de que todavía tengo muchísimo que mejorar físicamente, aunque los cambios que más necesito son a nivel mental. Necesito empezar a verme cómo soy realmente dejando de tener una imagen distorsionada de mi físico, pero lo que más necesito es ser feliz de una vez por todas, disfrutar de las cosas buenas que me rodean, recuperar mi autoestima, ver las cosas de forma positiva y destruir los muros kilométricos que me he ido construyendo con el paso de los años.
Creo que siempre he dado una imagen de chica dura, que ni siente ni padece, segura de sí misma y algo “estúpida”. Pero la realidad es totalmente diferente. Detrás de cada insulto, de cada sonrisa y de cada “me da igual” hay una chica sensible, que sí parece estúpida es por timidez y que si se cierra ante nuevas personas es porque le han hecho daño y se ha puesto un caparazón.
Pero hay muchas cosas que he aprendido a lo largo de estos 12 años de lucha, entre ellas comenzar mi vida de cero muchas veces, levantarme una y otra vez a pesar de las situaciones adversas, sonreír aunque por dentro esté destrozada, valorar más las cosas buenas que me pasan… Porque a veces es necesario caer para darte cuenta de lo bueno que te rodea.
Gracias al fitness cada día estoy más cerca de conseguir ser libre. He encontrado algo que me motiva, que me hace disfrutar muchísimo, hace que me desahogue los días que estoy triste o enfadada y que me llena de verdad, especialmente cuando me siento sola.
Y aunque todavía arrastro secuelas, como problemas de estómago o pequeños excesos de piel, no me voy a rendir. Sé que puedo continuar mejorando y ahora me toca ser más fuerte que nunca.
Sé que no lo leerán, pero igualmente quiero dar las gracias a todas esas personas que han estado conmigo estos años.
A mi familia porque a pesar de haberles tratado mal y hacerles pasar unos años tan malos, siempre han estado a mi lado, especialmente mi madre.
A Noelia, mi amiga de toda la vida, porque aunque hayan pasado meses y meses sin vernos y sin hablar, siempre ha estado ahí en los momentos difíciles y sé que puedo contar con ella para todo.
Incluso a la gente que me ha hecho daño y me ha insultado, porque es gracias a ellas que ahora soy así de fuerte y luchadora.
Y por último, a TC10 por dejar de publique mi historia y a ti por estar leyéndola.
Helena Domínguez
Felicidades por conseguir todo lo que tienes, peso sobre todo por contarlo. No todo el mundo sería capaz de atreverse.
Te deseo lo mejor y muchos éxitos, pero sobre todo salud y felicidad!
Eres una luchadora en toda la extensión de la palabra.
Quien lucha contra sus miedos e inseguridades merece todo mi respeto.