Todos tenemos nuestra propia historia. Momentos, lugares, personas y hechos que nos han marcado profundamente. En mi caso, comenzó a los 11 años y acabó cuando terminé el instituto.
De pequeña era una niña normal, ni gorda ni flaca, con una constitución un poco más grande que las demás niñas de mi clase, por eso resaltaba un poco más. En el penúltimo año de colegio, es decir, en quinto de primaria, empezó todo a cambiar.
Siempre fui de buen comer, nunca decía NO a cualquier chuchería que me ofrecieran. Disfrutaba con la comida, disfrutaba comiendo.
Cuando empecé a coger un poco de peso, comenzaron los insultos y el acoso en el colegio. Humillaciones, burlas, persecuciones por los pasillos, motes bastante dolorosos… e incluso llegaron a meterme comida a la fuerza en la boca. Los sentimientos de humillación, de soledad, de miedo, de angustia… eran constantes.
Estaba deseando terminar el colegio, perder de vista a esos “personajes” que me habían hecho tanto daño. Empezar una vida nueva, en un sitio nuevo y, sobre todo, con gente nueva. Pero desgraciadamente todo lo que viví sólo era un anticipo de lo que me esperaba en el instituto.
Allí los insultos y las humillaciones fueron mucho peores. La violencia tanto física como verbal estaban presentes en mi día a día. Debido a ese acoso y derribo que vivía en el instituto y problemas en mi casa comenzaron mis problemas alimenticios.
Cuando llegaba a casa la ansiedad se apoderaba de mí. Mi rutina diaria era soltar la mochila en el suelo, ir a la cocina y arrasar con todo lo que hubiera. Me lo llevaba a mi habitación, encendía el ordenador y comenzaba a llorar a la vez que introducía los alimentos en mi boca. Era una sensación de alivio y angustia al mismo tiempo. Sabía perfectamente que me estaba haciendo daño a mi misma, pero también sabía que sólo de esa manera aliviaba mi dolor.
Al principio no vomitaba, sólo comía y comía. Cuando el peso aumentó considerablemente opté por vomitar, tomar pastillas para adelgazar y laxantes.
Respecto al deporte, era una negada. No me gustaba nada. Odiaba las clases de educación física. Eran un infierno, los cincuenta minutos que duraba la clase estaban llenos de burlas, carcajadas e insultos.
Esos rituales de atracones compulsivos, con vómitos a veces si, a veces no continuaron durante bastante tiempo. Incluso cuando estaba en tratamiento psicológico y endocrino. Se apoderaba de mí. Aunque no quisiera hacerlo, terminaba haciéndolo.
Mi peso aumentaba cada vez más. Llegué a estar ingresada en el hospital una semana por descontrol de la insulina.
Cuando por fin me di cuenta de todo el daño que me había hecho, de mi verdadero estado físico y mental, decidí acabar con esa situación. Me tomé muy en serio la dieta y el deporte, pero, por más deporte que hacía, por más rigurosa que fuera mi dieta (llegando a estar varios días sin comer, sólo a base de agua y café), no conseguía perder peso. Es más, aumentaba por momentos hasta llegar a pesar 130 kilos.
Mi cuerpo estaba descontrolado y yo, hundida en un pozo en el que no veía salida. Mi madre y yo fuimos de médico en médico para encontrar una solución. No sé cuantas clínicas, endocrinos, psicólogos y ginecólogos visitamos… hasta que el bendito Doctor Aracama, que para mí estará siempre en un altar, dio con el problema y con la solución.
Según sus palabras “mi caso era demasiado extraño, un caso excepcional”. Se pasó varios días con mis informes médicos, anteriores pruebas, estudiando minuciosamente cada detalle. Me mandó una serie de pruebas nuevas y con los resultados y los resultados anteriores, ya tenía el diagnóstico: la hipófisis se había descontrolado.
La hipófisis controla todas las hormonas de nuestro organismo, y al estar descontrolado, éstas también los estaban y nada funcionaba correctamente. Me quitó todas las pastillas que me estaba tomando, tenía que limpiar mi cuerpo completamente, y me puso una dieta de 1.000 calorías y realizar ejercicio físico.
En dos años y medio fui la Raquel que siempre había soñado, la Raquel que siempre quise ser, conseguí perder 75 kilos. Fueron años muy duros, por supuesto, de querer tirar la toalla, de bajones, depresiones… pero gracias al apoyo y ayuda que recibí, lo conseguí. Cambié radicalmente. Ya no sólo se reflejaba en mi físico, sino también en mi comportamiento, mis hábitos y mis estudios. Aprendí a comer bien, a organizarme y, sobre todo, a valorarme.
Antes el hecho de hacer ejercicio era un suplicio, ahora es mi forma de vida, mi estilo de vida. Cuando terminé todo ese proceso decidí sacarme el título de nutrición y dietética, y también el de entrenadora personal, para poder ayudar y motivar a esas personas que estén pasando por lo mismo que pasé yo.
Conseguí sacarme el bachillerato e ir a la universidad. Actualmente estoy en mi último año de magisterio (especialidad de educación física) al mismo tiempo que hago historia en la UNED. No sólo era vaga y perezosa para el deporte, para los estudios también.
Espero que mi historia sirva como motivación, como un ejemplo de lucha, esfuerzo y superación. Si realmente queremos algo, lo conseguiremos. Más tarde o más temprano, pero siempre se consigue. A todos aquellos que estéis pasando por ese proceso, deciros que confiéis en vosotros mismos, que no os rindáis. Por muy oscuro que se vea el pozo en el que nos encontramos siempre hay un rayito de luz y esperanza.
¿Mi lema? Si puedes soñarlo, puedes hacerlo.